"Cuando era niño, empecé a escribir pequeños cuentos, sueños, fantasías e imaginaciones en un diario de vida. Desde entonces quise ser escritor. Más tarde me enamoré de las hojas secas de los parques, de los balcones de Valparaíso y del rumor de las olas en la playa del cerro Barón. Con el tiempo me convertí en un coleccionista de discos de victrola, de frascos azules y de cajas de caramelos. Viví en un castillo de Alemania donde habitó la bailarina española Lola Montes, pero no se me apareció ella sino el fantasma de un niño vestido a la usanza antigua. En ese lugar encantado escribí la novela El niño del pasaje inspirado en la aparición de aquel niño y asediado por los recuerdos de infancia en las soledades de un bosque en Baviera.
Me gusta escribir cuentos para niños. Me comunico con ellos a través de las palabras y les cuento de los sauces que lloran y que a veces ríen, de los caracoles en el jardín que dejan escrita una historia de amor con su letra plateada, de lo que cantan las mariposas cuando vuelan y de lo que dicen las piedras cuando caen al agua y dejan ondas.
En Europa aprendí muchas cosas, entre ellas que los abedules hablan en sueños. Me gustan las carpas de los circos, las tarjetas postales antiguas, los libros, las marionetas y las varitas mágicas. Creo en los duendes, en las clavelinas, en los relojes dorados y en las estrellas. Me inspira una canción, un verso al pasar o la viejecita que barre las hojas secas con un bastón. También sé interpretar lo que dice el viento norte cuando sopla en la calle de mi infancia.
Generalmente estoy alegre pero a veces estoy triste, supongo que como todo el mundo, pero además escribo cartas con tinta azul y lapicera Parker 51. Luego las decoro con rostros de damas de otro siglo, las doblo y parecen palomitas o barcos de papel. He viajado por muchos países pero mi ciudad favorita es Madrid donde he vivido muchas veces. Me identifican sus calles, sus plazoletas, sus cafés. Actualmente vivo en Santiago de Chile en la comuna de Nuñoa que quiere decir “lugar de flores silvestres amarillas”. Todas las calles de este barrio tienen nombres de árboles. La mía se llama Los Alerces y por eso mis vecinos me conocen como “El caballero de los Alerces”. Quisiera habitar dentro de una cajita de música o mejor aún dentro de un reloj cucú pero vivo dentro de una caja de acuarelas para pintar el mundo a mi manera".
(Del libro: El hacedor de juguetes. Editorial Zig Zag. Santiago, 1985.)